De las memorias de Ix Chel, cuando la sedújo, Chuychú el extranjero.
Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión, que se dirigía a quien fuera que fuese el escogido, ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarla”
Y era tal el apremio que significaba este pensamiento que la compasión que debía prodigar de repente se le puso contra el rostro; giró, y le hizo saber que compasión no era un sentimiento posible de sentir por alguien que de hecho ni siquiera conocía, sino un sentimiento que quería reflejar en ese alguien incognito, a modo de burlarlo en su propio ser.
Por un instante que mas parecía una eternidad condicionada, su éter se envasó en un cuerpo totalmente desconocido, incluso sin importar su naturaleza; solo era un cuerpo vivo, como de una planta que reflexiona por que el girasol hace venia al sol, o un elefante subversivo, que protesta por su maltrato, al dueño del circo, defecando sobre el sombrero que dejó olvidado junto al costal de hierba magra con el que es alimentado.
Pero mas que ser cualquiera de esos, quería trasmigrar al cuerpo de un hombre, humano y, ojala, núbil; algo que traería un cierto sabor de mancillaje descarado.
Quería saber lo que era una erección, el primer trabajo en la cadena productiva del trabajo creador, y nada mejor para ello que el cuerpo de un hombre joven, ansioso y lleno de vitalidad, cuyos órganos aun no estuvieran prostituidos por drogas, tabaco, licor y paranoia, los paliativos externos que su sociedad invento para fugarse de la verdad vital y conectarse con la verdad de los dioses.
Desde lo alto, donde suele ser el hogar de los éteres, diviso la naturaleza de un joven cuerpo; era tan limpia su aura y tan vital su apariencia, que decidió hacerlo su envase temporal, y mientras se disparaba en picada a ocuparlo, justo en los milímetros en los que sintió el calor de su juventud, sintió compasión, porque para obtener la experiencia, le quitaría a ese cuerpo joven ser su virginal calma: esa era una parte de su propósito.
Hubo algo similar al sicotrópico Tlapatl en tan inusual inmersión: sentirse en un cuerpo que no era el habitual suyo le daba, incluso, algún vahído incomodo, era como si de repente se estuviera muriendo, y morir no era una sensación que hubiese tenido antes o que le agradara percibir, pero creyó que tal sensación se trataba de la muerte, porque por un instante vio la eternidad…aun sin saber – tampoco – que era la eternidad; lo menos que se puede decir es que eran muchas percepciones, y al cerrar el circulo de ese breve análisis, recayó en la idea de lo sicotrópico de la experiencia; solo ello era la mas satisfactoria explicación que podía esbozar.
Se había calzado ya en el cuerpo que decidió poseer, y anidó en ese ajeno cerebro todas las imágenes que pudieran despertar su inocente libido, o excitarle los centros nerviosos para que en orgia neural incitaran el resto de su cuerpo, y así, de esta manera, lograr su total cometido, lo que le movió a estar por ese instante allí.
Y una vez que lo consiguió, sintió como si se hubiera sumergido en el mas profundo lecho del denso mar Muerto, cada porción de su existencia era oprimida por la expansión de ese cuerpo que la contenía; el bombeo de sangre entre las venas y un corazón acelerado hasta el paroxismo lo llevaron de nuevo a una sensación in mortem; ceguera, agitación, dios… si, ese ente en el que jamás creyó, pero que por una vez se hizo en burlona presencia para exaltar todo lo que en ese instante sucumbía…luego, en lo que pareció un segundo sin fin, hasta su limite, su propósito era ya un hecho, ese que vaticinó con aquello que sentenciara: cuando dictó que “ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarla”, y este, en particular, no había tenido ni el modo ni la voluntad de hacerlo.
La agitación dio paso a un palpitar en descenso, que mas tarde sería un tranquilo palpitar de órganos ¡como los extrañaría al abandonarlos¡ fue su postrer pensamiento, que procuró dejar para el momento mismo de la partida, cuando dejaría su envase experimental…
…pero una vez allí arriba, donde suelen ubicarse los éteres, descubrió con abrumadora sorpresa que, esa compasión que le había asignado como pago a quien prestó su cuerpo, era la que sentía para sí misma; esa que no podía sentir porque en su egoísta naturaleza, la auto compasión no era de su habitual diccionario, y por ello debió trasladarla a un cuerpo al que una vez que usó, le permitió entender que saciar su deseo, al final fue lo que hizo para saciar un deseo ajeno: “solo lo que siente el otro se vive cuando estas en su carne”, y ese núbil cuerpo prestó su existencia, no para sucumbir a una propuesta ajena, sino para saciar la propia.
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