sábado, noviembre 20, 2010

¿A como la bicha?



Los tiempos en que la droga se vendía en los bajos fondos son tiempos idos. Este terrible fenómeno ha permeado todos los rincones; no se les haga raro que un día encuentren éxtasis en una fiesta popular en Chinavita, o en una chichería de Somondóco.
Anteriormente en la ciudad existía lo que se conocía por “ollas”, expendios permanentes donde los viciosos se encontraban para conseguir su mal.
La Calle del Cartucho era la olla mas conocida y tenebrosa de la capital; en una de las frecuentes redadas que la policía efectuaba, la variedad y cantidad que se decomisaba era asombrosa.
Con los cambios que tomó Bogotá se hizo menos intensivo el mercado de droga en el Cartucho, mas no se eliminó.
Los bares y las discotecas son otros centros de distribución latentes. Amparados en la oscuridad, papeletas de perico, marihuana, pepas de éxtasis y otros narcóticos de uso extendido se consiguen sin problema.
Con los controles que la policía efectúa se ha hecho mas difícil el expendio, que ha volcado en alternativas mas eficientes para que el mercado no pare.
Estaba investigando el comercio sexual en la zona del siete de agosto, lugar reconocido por tener variedad de centros de esta actividad, bares y demás negocios, cuando me acerqué a un vendedor ambulante a comprar un cigarrillo. Eran las 12: 17 a.m.
Mientras encendía el tabaco, se acercó un tipo de unos 30 años, cabello largo y algo desgastado por el trasnocho y la noche. Cuando pensé que pediría un cigarrillo y aliste el encendedor para pasárselo, le dijo al ambulante “parce, a como la bicha??”.
De la parte inferior de la caja donde ubicaba los dulces, chicles y los cigarrillos, sacó una pequeña papeleta de no mas de 3 centímetros, cuyo contenido no se podía apreciar: “ a dos quini”, sancionó el vendedor, quien recibió pago y entregó la papeleta.
Decidido a conocer el contenido del paquete, me arrimé de nuevo al jíbaro clandestino y pregunté de la misma forma que el anterior consumidor.
El vendedor ambulante, me dijo, acercando su cabeza a la mía y con extrema cautela: “ le tengo perico, chino, también hay estaisis”,
Intrigado por la insólita mercadería, indagué los precios: el perico, cocaína rebajada, valía a $3.000, las pepas de éxtasis a $15.000.
- No, deme una bicha mas bien.¡quería saber que era una bicha¡ y lo que me entregó fue una papeleta de marihuana...olorosa, quemada.
Advirtiéndome que no me la podía fumar ahí, y retirándose con rapidez, se entregó a pasear el andén ofreciendo lo que en el cajón se veía...
Supe que el vicio también se vende por la calle, a ojos de los peatones, pero con el cuidado que este negocio requiere para seguir vivo.
Esto d querer conocer las calles capitalinas me ha dejado amigos, gente que simpatiza con lo que he estado haciendo, solidarios con mi brega, y uno de ellos, un vendedor de discos compactos de la carrera 9ª con calle 18 a quién le comenté el suceso me dijo que eso era lo mas normal y que incluso ahí mismo en la 19 se conseguía lo que fuera: pepas, heroína, hachís, bazuco...
“venga, mi hermano y le doy una vuelta..Mario, le recomiendo un momentíco que ya vengo..¡¡” y se puso su ruana chiquinquireña y me tomó del brazo. “le voy a enseñar a mercar”.
Sobre la calle 19 frente a un parqueadero que queda arriba de la carrera 8ª, junto a un puesto de revistas se parquea una señora viejita de mas de 60 años. Don Luis, como se llama mi amigo del rebusque, se le acercó y en mu y baja voz le dijo: “vea, este paisanito es amigo mío. Mire a ver que le ofrece.”.
La señora muy amable me sonrió y me empezó a ofrecer su catalogo verbal:
“vea, le tengo marimba a $1.500, perico a $2.000 es del bueno, rubinoles a $2.500 cada uno, caspa a $1.500, coca de la fina a $5.000 la felpa...no, éxtasis no tengo, pero allá en la plazoleta frente al colombo hay uno que las vende para los que van al “Edificio”, un bar que queda por ahí cerquita, pero es mas carero...”
Arguyéndole que eso era lo que quería, y ya con la venía de Luís, me dirigí a la carrera 3ª , al lugar indicado, y con las señas proporcionadas pregunte por Samuel; el mismo Samuel me contesto con recelo y le dije que iba de parte de Luis bla, bla, bla, bla.
Ya mas sereno, me dijo que tenía chispas, lentejas y otra cosa que no recuerdo, un poco opacado por el susto y la cara de Cometotes del tal Samuel. “le tengo desde $15.000 que es para los amigos, pero si me lleva varias se las dejo a $12.000 las mas baratas.”
Instantáneamente me ofreció ácidos y Mandráx...drogas que sabia que existían pero que nunca había visto en directo.
Mi intención no era comprar, por lo que por seguridad me escudé diciéndole que era que una fiesta y que mis amigos y que...mas blablablabla...corrido y haciéndole la charla a ver si soltaba sopa.
La verdad, nunca pensé que alguien que vende drogas fuera tan confiado, pues en ese ratico, que no pasó de 20 minutos, me dijo donde podía conseguir hasta abortivos...mejor dicho, donde yo fuera policía ya tendrían a ese man encerrado por años.
La venta de droga por la calle es un hecho, un hecho contundente y terrible, pero mas lo es donde uno se va a divertir, a tomarse un traguito o a escuchar música con la novia.
En la escala de estratos hay de todo, como se ha podido ver, y hasta la rumba es permeable a este hecho.
Lo que se vende por debajo de la mesa en los sitios de rumba de Bogotá, vale y sirve según el público que asiste: hay droga barata, bazuco en el sur, y droga de diseño carísima en la zona rosa.
Por los lados de la primera de mayo, hay ciertos bares donde se consigue el perico, forma rebajada de la cocaína desde $1.000 una papeleta tan grande como una uña del dedo gordo.
En un bar ubicado en la carrera 14 a media cuadra de la 82, se compra tranquilamente ácidos a $12.000...quién me lo dijo me recomendó que no comprara ahí pues era de mala calidad, pero que en la 85 con 13 había una que “es una gloria” a $20.000.
Los Jíbaros que venden en los bares suelen ser clientes habituales, muchas veces a espaldas de los dueños del negocio. Pero estos, en otros casos tienen la venta de drogas como segunda entrada y se sabe que hay muchos clientes que solo van a comprarla, y que les toca consumir un trago o una cerveza para camuflar la compra. Negocio redondo.
Las universidades también se han convertido en centro de distribución y de manera preocupante los de mas consumo. Con la misma modalidad que los bares, la droga fluye tranquilamente por las aulas.
Ya se ha mencionado el caso de la Universidad Nacional, aupada por su extensión y libertad, pero casos como la de los Andes, la Javeriana en el caso de las de alta esfera, la Tadeo por su ubicación en el centro, la Central, Libertadores en el norte son botón muestra pequeño para un ojal tan grande.
En una universidad del norte la droga se expende en una decente cafetería que queda a escasos 50 metros de esta; en un centro tecnológico de Teusaquillo, la vende, muérase de la risa, el mismo Samuel que vende en el centro, contado de su propia voz.
...y si hablamos de colegios... hay que hacer otro libro. Esa plaga está en todas partes.
La diseminación de lo clandestino ha abarcado tanto, que por esta misma razón se ha convertido en un mal indetectable.
PS: hace unos días me encontraba junto a la sede norte del SENA, cuando se me acercó un tipo alto, delgado, de ojos rojos y verdes (imagínense la composición cromográfica en toda la esfera ocular).
Era un viejo conocido del colegio.
Luego del acostumbrado “que sabe de ...donde esta fulano, que se hizo perencejo”¸ Abrió su mano y me ofreció “anillos”, pepitas diminutas y, claro, ganya como también llaman a la marihuana. Tenía de todo y por lo que se notaba en su lamentable estado, consumía de lo que vendía. Lástima, no era un buen tipo en sus días de colegio...pero pudo haberlo sido.

1 comentario:

Jezsi Gc dijo...

Quién iba a saber que el gran negocio de las drogas se movía tan libertinamente. Es cierto lo que dices al final, " pudo haberlo sido"...
Lástima que nuestra sociedad se este convirtiendo en un mundo furtivo de drogas y alcohol.
Me gustó la entrada :)